La relación milenaria con la tierra. El cultivo de la papa es uno de los frutos de esa relación, una labor que nace con los Incas y extiende sus raíces hasta nuestros días. Más de 7 mil años de un conocimiento que ha cruzado fronteras y mares con el fin de alimentar a los pueblos de todas las regiones del mundo. El recelo que en un principio mostraron los europeos ante el más generoso de los tubérculos -familia de la mandrágora y todas las plantas alucinógenas del género datura- tuvo que ceder ante las hambrunas de 1770 durante el período que luego sería conocido como la Pequeña Era del Hielo.
En Costa Rica, los pueblos de Tierra Blanca y Cot son dos de los principales productores de papa. La lluvia y la neblina acompañan la mayor parte del tiempo a los 1500 trabajadores que cultivan alrededor de 3000 hectáreas, de las que se obtienen unas 5000 toneladas mensuales de la papa que alimenta a la mayoría de la población costarricense.
Por tradición, muchos de los trabajadores de la zona habitan en Cot. Un pick-up los recoge todos los días entre la bruma poco antes del amanecer y los lleva hasta las montañas de Cot y Tierra Blanca. Ahí empieza la aplicación laboriosa de un oficio que los paperos aprenden desde los 13 años de edad, una herencia que ha sobrevivido una sucesión de generaciones. La tecnología no ha logrado superar las habilidades manuales: el contacto con la tierra es el instinto mas básico, en donde todo se origina.
Caminar dentro de la neblina y el frío, con la necesidad de escarbar en la montaña y sus conocimientos más básicos de la sobrevivencia, es un asunto de dejar de lado todo lo que uno ha aprendido y dejar que la tierra y los hombres que la trabajan sean nuestros maestros.
Recorriendo los paisajes y caminos, fue donde encontré algo mínimo, algo que se movía en el alto de la montaña, casi como si fueran hormigas en su labor, este fue mi primer encuentro ojo-cámara-montaña en el que conocería la cuadrilla de la que formaría parte.
Inicialmente yo era el entretenimiento, la distracción para salir de la rutina, preguntas burlescas y vulgares acerca de mi profesión y respuestas y oídos ligeros a las historias que me contaban y un prometido calendario de Kathryn Arbenz que nunca pude conseguir. La palabra poco a poco se fue convirtiendo en el pasaporte para ser parte del grupo.
Como uno más, nuestra jornada empezaba a las 5 de la mañana, yo con cámara, ellos con sacho, yo capturando de la luz, ellos cosechando de la tierra; luego de desayunos compartidos de sirope y pinto, manos a las raíces y lente al tiempo.
El contraste con el estilo de vida en las urbes no podría ser mayor. Tierra Blanca es un lugar donde el tiempo deja de ser un factor de ansiedad o estrés. Los días se construyen a base de sencillez, tranquilidad y dedicación. Un lugar donde las necesidades de consumo se desvanecen cuando todo lo que se necesita es cultivado con las propias manos. Quizá sea ese el valor más sagrado de los trabajadores de Cot.